LE PETIT MARSEILLAIS

lilas, a eso huele el jabón de Lili. huele a ella. mientras me duchaba con ese jabón he recordado la primera vez que la vi, la primera que me sonrió, la primera que comprendí que ese olor no era ni sería de nadie más que de ella. aquella tarde no estaba prevista ninguna llegada más. sin embargo, sí la hubo: la del autobús destartalado que, con mucho esfuerzo, había conseguido llegar al siguiente pueblo haciendo un ruido insoportable, echando humo sin parar y cociendo en su interior a los pasajeros que transportaba. bajé como pude las escaleras, el vestido de flores se me pegaba irremediablemente al cuerpo, empapada de sudor como iba. decidí colocarme el sombrero blanco de gángster, más que para quitarme el sol, porque no sabía dónde ponerlo y en mi cabeza era donde menos me estorbaría. cogí mi bolsa entre la multitud cabreada y ansiosa y me dirigí al banco más cercano. necesitaba calibrar la situación y decidir lo que debía hacer. no hacía ni 23 segundos que había aposentado mi culo y mis bártulos en aquel banco cuando sentí la presencia de alguien mirándome al lado, casi cerca de mí. entonces la olí, primero, la miré, después. y aquella sonrisa paró el tiempo, paró mi vida. y a la vez, comenzó. fue como esas palmaditas que se les da a los bebés cuando nacen. entonces me habló:
- pareces como sacada del teatro, sabes?
- ah, si?
- si. te llamas Coco, verdad?
verdad. ella me dio la vida y, por supuesto, tenía pleno derecho, casi la obligación, de bautizarme. y Coco me pareció el nombre perfecto para mï.